En el mundo griego, marco de la medicina occidental, se reconocían y diferenciaban las profesiones de los oficios dotando a las primeras de responsabilidad moral e impunidad jurídica, mientras las ocupaciones u oficios solo disfrutaron de la responsabilidad jurídica. Esta impunidad eximía de la posibilidad de procesar o demandar a los profesionales. La medicina implicaba una responsabilidad moral fuerte, cargada siempre de la intención de curar que no era posible ser demandado. Nadie osaba ni siquiera imaginar al médico haciendo daño de manera consciente en el acto terapéutico, ya que su compromiso moral le impedía hacerlo y al paciente sospecharlo

La palabra “profesión” se igualó a la de “responsabilidad” y terminó en comprenderse como “consagración “en la Edad Media y venia precedida de un modelo enmarcado en el llamado paternalismo, el cual quedaba ratificado con la aseveración de Platón de que la sociedad se dividía entre los que nacieron para mandar (entre ellos ese médico con responsabilidad moral) y los que nacieron para obedecer que, en este caso es el paciente. Al paciente no había que informarle de nada, bastaba la intención beneficente del profesional de la medicina. No había conflictos porque los roles estaban definidos y aprobados a nivel social y religioso.

Es con la entrada de la defensa de los enfermos, mediante códigos de derechos de los pacientes, que se va intentando sustituir el paternalismo por el autonomismo, defendido vía la Declaracion Universal de los Derechos Humanos (1948), la bioética por el principialismo (1974), y aquella acerca de Bioética y Derechos Humanos (2005)

Estos hitos cambiaron la dinámica en la relación médico-paciente, de un encuentro asimétrico con roles paternalistas definidos a otra, ciertamente conflictiva entre dos personas autónomas que pueden tener pareceres distintos no acerca del diagnóstico y saber profesional sino acerca del abordaje físico representado por el propio dueño del cuerpo que dejó de ser paciente, sumiso, obediente a ser reclamante de información para luego, ser el responsable principal en la toma de decisiones.

Mientras el médico, autónomo, libre y responsable puede ejercer estas calidades negándose a participar, hacer objeción de conciencia, en casos determinados, y exacerbar el conflicto, llegando a predominar el respeto como regla de juego y clarificación de los roles, el médico que manda ahora es el que informa y el paciente antes obediente, ahora es el que pregunta, razona la información y decide, salvo honrosas excepciones.

El puente que media en estos nuevos fundamentos se llama consentimiento informado y aparece la Justicia como instancia de mediación y/o condena ante la violación de los nuevos pactos, que de inicio son morales. Por ejemplo, si la información es inadecuada o insuficiente el paciente estará decidiendo de manera inadecuada y ello podría traer consecuencias. Es el llamado defecto de información que implica jurídicamente un delito de negligencia y si fuera que el médico actúa sobre un cuerpo sin el consentimiento de su propietario comete un delito de agresión y si interviniera en contra de la voluntad del enfermo o con información viciada con engaño o falta de información sería un atentado a su libertad llamado delito de coacciones y los tribunales sentencian en base a ello.

En nuestro país hemos vivido por largo tiempo de la rentabilidad moral de la intencionalidad buena, la cual no pongo en dudas pero,  de espaldas al nuevo modelo informado, judicializando como escudo protector de las demandas desconociendo su papel moral de defensor de los derechos de los pacientes y al emerger la conflictividad de la nueva relación, los conflictos morales terminan judicializados en los tribunales como demanda.

Consentimientos mal estructurados y erráticamente concebidos en su intención y en su diseño, pervertidos al cargarlos de frases que supuestamente protegen al médico como hacerles firmar coletillas como “eximo de responsabilidad al Dr.…. , mientras obvian la redacción de los riesgos reales de sus intervenciones que son los que terminan convertidos en delitos de negligencia y/o agresión.

De ocurrir la mala praxis en el acto médico o demostrarse impericia, hacer algo para lo que no se está capacitado, la ignorancia sobre lo que el profesional desconoce o actuar de manera imprudente tiene la obviedad del dano acontecido pero los tipos de  negligencia señalados antes están en la convicción y acción en la necesidad de redimirlos, porque el médico quiere curar, hacerlo bien, pero muchos profesionales y centros de salud, clínicas y hospitales aun duermen en los brazos del paternalismo.

La casuística presentada ante los jueces tiene muchas aristas y peligrosamente acercan a una mayoría de profesionales y centros de salud probos, morales y cualificados con los menos, pero que existen y dañan el conglomerado haciendo confundir mala praxis, con error médico, iatrogenia cayendo en peligrosos absolutos que desdibujan la imagen del médico hipocrático. En tal virtud, se generan defensas empaquetadas, cuando lo correcto seria empezar por ver caso por caso y que instituciones como el Colegio Médico, llamados a defender sus colegiados al depurar dicho proceso, identifique la validez de las acusaciones, cumplimentando con su otro deber de garantizar la excelencia profesional con lo cual cubre el supremo deber de cuidar la salud del pueblo.

Sin dudas, aflora la teoría de la conspiración al hacer sospechosa la coincidencia en el curso de las demandas, reales o falsas, haciendo imaginar fines inconfesados en los sectores que manejan los hilos privados de la seguridad social, los seguros de responsabilidad civil, que ya no es una exquisitez sino una norma. Es la telaraña que contribuye al paso de la economía de mercado al de la sociedad de mercado donde antes todo tenía valor y ahora precio.

La bioética tiende un puente que reconcilia los deberes y derechos de médicos y pacientes y devuelve a su justo lugar el consentimiento informado, la moralidad del acto, la connotación legal de su violación, así como, el derecho profesional a la objeción de conciencia.

Desde el año 2000 han egresado de aulas universitarias dominicanas magister en bioética y otros tantos internacionales, son consultores del área cuyos servicios no están siendo utilizados como se debe ni por el sector público ni por el privado.

Está en planificación una especialización en bioética clínica y un par de maestrías orientadas a una bioética global que defiende la vida. Es hora de dialogar entre el Colegio Médico, las universidades, el Ministerio de Salud y los demás interesados en este proceso en el cual todos seremos pacientes.

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