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Foto por Kanijoman / Attribution License

Ha levantado pasiones el video y los comentarios de la doctora que evidencio la alta tasa de ocupación, por ciudadanos haitianos, de las camas de cuidados intensivos de un hospital dominicano.

Se han hecho los cálculos de los costos que carga el gobierno con ello, la falta de disponibilidad de camas y este tipo de atención para dominicanos. Unos se han sumado al reclamo de la doctora, otros han sido más cuidadosos en el análisis y las autoridades hablan de sanción versus los que opinan que el hecho no lo implica.

El drama que vive la salud pública con la ocupación extranjera de sus servicios, el alto costo que implica para el país y la injusticia que se genera ante la imposibilidad de que muchos dominicanos accedan a ellos es más que evidente.

Sin embargo, creo que los cuidados intensivos tienen otro canon ético por el que medirse. Sin dudas cada caso es cada caso y podría haber argumentos para justificar o negar su utilización en la forma denunciada, pero quiero hablar desde otro ángulo.

Un servicio de cuidados intensivos es para enfermos con un nivel de complicación en los cuales su salud y/o su vida corre peligros extremos. Muchos casos ocurren de manera súbita y deja al medico ante la disyuntiva de dar seguimiento cercano, intensivo, con la finalidad de estudiarlos, tratarlos e intentar recuperarlos o acompañarlos en la muerte digna.

Los médicos no pueden garantizar nada, si hoy vivimos la sociedad de la incertidumbre este escenario lo es más. Hablamos de la vida de personas graves, que en este caso son haitianos. Que llegan a esas unidades por todas las debilidades que todos conocemos, que son indocumentados, que quitan los puestos a los dominicanos, pero estos están en situaciones de gravedad.

El medico no puede asumir discriminaciones en función de la procedencia del paciente, como no puede dejar de tratar a ladrones, delincuentes, asesinos y si no se siente en condiciones de hacerlo debe apelar a la objeción de conciencia, retirándose, pero siempre dejándolos en manos de otros médicos que lo asistan. Su fundamentación beneficentista no le permite abandonar nunca a su paciente y menos por su procedencia, actividad delictiva , temas raciales o actividades sexuales.

Unos han apelado éticamente a la santidad de la vida desde su sacralidad, como defensa de esta ante la pendiente resbaladiza en que se mueven determinadas enfermedades.

Nos contaba un profesor intensivista-bioeticista que en su hospital tenían lo que llamaban “la cama del intensivista”. Una cama sin uso para nadie por si un intensivista la necesitaba en un momento determinado. Son camas de alta demanda, alto costo y  beneficios extremos si los resultados son buenos.

El problema de la migración es harto conocido, desaprobado por todos, lo de las políticas de salud y su invasión a los hospitales es condenable y censurables las autoridades que no lo enfrentan. Obvio que el problema es más profundo que eso.

 

Me sumo a esas condenas del mal manejo, pero con los intensivos no puedo sumarme. No puedo aprobar que a un paciente grave si ya esta en la antesala del hospital se le impida acceder a ese tipo de cuidado si lo requiere. En muchos casos son niños, en todo caso son seres humanos con dignidad que debe ser respetada.

No puedo aprobar que se vulneren derechos de privacidad llevándolos a videos públicos desde su lecho de gravedad. Condenable también cuando lo hacen con dominicanos para dar noticias ensordecedoras y sensacionalistas. Estoy apelando a la vulnerabilidad del moribundo o del recuperable.

La ética de los cuidados intensivos es muy frágil porque allí se juega más que en ningún otro espacio medico la fragilidad de la vida, su finitud, la cercanía de la muerte, pero también la posibilidad de tomar medidas   prudentes para intentar recuperarlos o acompañarlos.

Hablar de sanciones, de videos, de escándalos es tomar los rábanos por las hojas, de existir una política migratoria mas coherente esos pacientes no estuvieran aquí en condiciones de riesgo.

Esto evidencia además la debilidad formativa en materia de ética y bioética no de esa doctora, sino del sistema de salud dominicano.

Volvemos a llover sobre mojado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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