Ética PúblicaModernización del Estado

Temas como la violencia y la modernización del estado tienen una ligazón directa con las demandas de un pensamiento ético, aunque aparenta lo contrario cuando los confrontamos.

Hablar de modernización y violencia supone un cierto antagonismo por definición. Modernizar significa «actualizar», reordenar, hacer que algo pase de lo atrasado a lo actual, hacerlo moderno, mientras que la violencia implica desorden, irrupción por vías de acción, más aun, aunque no esté en su definición podemos decir que el atraso, lo no moderno conviene a muchos que viven y sacan provecho de la falta de orden.

La violencia se define y se expresa. Su expresión la hemos tenido en nuestras calles como caricatura de subversión en los atracos, los asaltos, los robos y las mediaciones armadas en que ellos se verifican. Ponen en el tapete el poco valor que dan a la vida quienes solo buscan las formas individuales de satisfacer sus necesidades, que pueden ser para comer o para cubrir sus vicios y adicciones.

Hay una violencia institucionalizada que es más preocupante que la antes descrita. Es la de la amplitud en la brecha social entre los pocos que tienen todo y los muchos que tienen poco. Aquellos excluidos de las oportunidades, discriminados por razones sociales, sin acceso a los mínimos dignos de educación, salud, vivienda y sobre todo de justicia, porque la impunidad, la inequidad han sido norma y están pasando factura.

La conjunción de ambas realidades se manifiesta en la pobreza y sus implicaciones. Dejan sus huellas físicas pero desnudan a la vez una ausencia de moral, la prevalencia de modelos impúdicos donde todo vale, o se hacen cosas amparados en unas supuestas éticas individuales que no son más que un reduccionismo barato de la moral.

Es difícil pensar en modernizar el estado en situaciones de pobreza y sin tregua de parte de la violencia, la inseguridad ciudadana y la defensa de los derechos individuales. Si modernizar es solo tecnologizar estamos perdidos. Parece que hace falta una modernización moral del estado, rescatar la decencia perdida y planteárnoslo como reto.

Lo histórico

La moral fue norma de las profesiones. A nadie se le ocurría pensar hacer 20 0 30 años que un médico podría ser demandado por mala práctica. Ni lo pensaría hacer la sociedad ni incumplir en el médico. Estos preceptos pasaron a las otras profesiones. Los profesionales no pagaban impuestos, tenían impunidad jurídica por tener una fundamentación moral.

Los profesionales empezaron a ser demandados cuando faltaron a la confianza de sus pacientes, de sus clientes, de quienes buscaban su servicio. Parece que en el estado pasó lo mismo y ante la perversión de lo bueno se trastocó el principio de justicia, se engañó a los usuarios, al pueblo, se enriquecieron unos que intentaron buscar salidas a sus necesidades obviando el referente colectivo al que tenían que responder como buenos administradores de la «res – pública».

La perversión de lo bueno nos despertó en situaciones de ilegalidad, con ausencia de normas, de leyes o incumplimiento de las existentes, con irrespeto por los valores cotidianos y las reglas de juego de la convivencia. Así pasamos a desdibujar el sentido de las cosas y un semáforo en rojo no es más que un color. Hemos aprendido a esperar un rato después del cambio del semáforo para que unos pocos vehículos sigan pasando aunque para ellos esté la orden de parar, hemos entendido a voz alta que las «comisiones» son normales sino sobrepasan el 10%, que el nepotismo solo se aplica si los familiares directos en una oficina son solo familia del director y se permite según el propio código de ética hasta dos por oficina. Hay críticas y espacio pagados porque sólo se puede beber alcohol hasta las 12 de la noche de los días de semana y hasta las 2 de la madrugada en el fin de semana, hay argumentaciones del daño que ello conlleva a la economía o de la ausencia de delito en el tomar.

Hemos convivido con la ilegalidad, al decir del viejo tango «cambalache» «los inmorales nos han igualao».

La relación legal-moral

La modernización tiene el doble reto, parece, de actualizar e innovar pero sobre todo de moralizar, de adecentar el ejercicio de la administración pública pero también de la convivencia social privada. La pregunta religiosa de Dios a Caín «dónde está tu hermano? parece cada vez más clara como necesidad de la sociedad. La de oír la pregunta y la de afinar la respuesta.

Estamos en una plena situación de crisis de valores y de distensión de la moral social. Ya no es posible recuperarla por vía de la modernización pura, terminaríamos «buscándole la vuelta» a cómo pervertirla. El reto de modernizar el estado tiene necesariamente que incluir la remoralización del estado, sin hacer divisiones académicas de lo privado y lo público.

Somos bombardeados cada día por nuevas leyes y nuevas normas. Se acusa a los gobiernos de «coartar las libertades individuales “pero lamentablemente no hay otra forma de lograr un futuro moral sino se nos obliga legalmente a ser morales. Gran contradicción la que vivimos, porque la ética no es punitiva, porque la ética enseña al bien hacer, pero el desorden, la violencia nos conduce a nuevos caminos que tenemos que identificar y defender, si queremos sobrevivir.

Tenemos la ley de Libre Acceso a la Información para que todo el mundo pueda solicitar y obtener los datos que le pertenecen como accionista de la sociedad, pero como respaldo de la misma obliga a los funcionarios a ser y actuar con transparencia, porque todo se sabrá. Tendrán que aprender a dar las informaciones, todas, a pesar de su voluntad. Eso es moral.

Hubo un decreto puente, luego una ley, un ordenamiento para que las compras y las contrataciones sean por concurso y así abordar el tema de las comisiones, el amiguismo, la discriminación positiva o a favor de. Tenemos un código de ética de la administración pública, tenemos medidas coercitivas que nos indican hasta que hora fiestar y beber. Son imposiciones legales que nos van a obligar a ser morales y quien no lo sea deberá caer en manos de una justicia justa.

Tenemos que pensar en las generaciones futuras y tenemos un reto generacional como funcionarios del estado de ser responsables. El mayor mérito de lo antes señalado se evidencia en haber visto a tiempo que el derrotero inmoral del que habíamos hecho norma ya no nos asombraba. De fracasar esta generación social en este rescate era aceptar de manera irremisible la condena y el desastre.

La única forma de hacer una viabilidad moral en esta sociedad tiene que ser pasando por el imperio de la ley no solo para poner orden sino para obligar a ser morales para que las nuevas generaciones vuelvan a tomarla como fundamento de vida sin necesidad de obligarlo.

Si la vocación es a convertir el país en «Potencia moral» como dijo una vez el presidente Fernández, hay que pensar en términos morales las reformas y la modernización, la educación de los que van subiendo, la imposición a los que vamos de paso y la garantía a las generaciones por venir.


Foto por Rosaura Ochoa / Attribution License

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