Bioética

Vamos a analizar el mundo de las creencias religiosas y el ámbito de la bioética, dada la estrecha relación que existe entre ellas.

Con mucha frecuencia nos referimos al tema de los valores y los consideramos como algo prioritario en la  vida de las personas, a partir de cómo valoramos creemos y viceversa.

El recorrido por la historia de la humanidad siempre nos ha mostrado la necesidad de los seres humanos por darse una  explicación de lo que no comprenden de primera intención y las creencias y las religiones han servido en mucho para satisfacerlos.

La creencia religiosa pone en comunicación al ser humano con la trascendencia que en algunos momentos han sido dioses (politeísmo) y Dios (monoteísmo).

Todo lo que era inexplicable buscó entendimiento por vía religiosa, por eso hubo dios del fuego, del trueno, del rayo, del amor, de la medicina, de todo.

El propio Juramento Hipocrático inicia jurando «ante» o sea poniendo como testigo a los dioses dedicados a la salud: «Apolo médico, Asclepio, Higya y Panacea», era una especie de departamento médico del Olimpo.

Estas creencias humanas se expresan y se celebran en comunidad y se  convierten en religión, intentan dar razón de lo que ven y de lo que no ven a través de lo que creen, cosa que también ha hecho la ciencia, llegando por momentos a competir y a preguntarse sobre su puntos de convergencia o disidencia.

Steven Wenblig , premio nobel de física en EEUU 1979 planteo que «las creencias se han debilitado en occidente gracias al avance científico que ha golpeado algunas de las bases de la religiosidad». (1)

La ley general de salud (41-02) de nuestro país en su artículo IV que habla de los derechos y deberes en relación a salud, sección I afirma:

Tan importante  e individual es el ámbito de las creencias que las propias legislaciones se ven precisados a protegerlas, uno para que no sean denostadas, otra para que no se imponga una de las que tenga más peso o más poder en la sociedad. La ley general de salud de la Republica Dominicana hace lo propio y lo afirmamos ya en nuestro artículo Bioetica y medicina al citar la ley y su artículo 28 que plantea sobre la igualdad de derechos y el respeto y la no discriminación por creencias.

La Universidad de Harvard ha incursionado en investigaciones que ha denominado de «sanación espiritual» buscando  relación de la siconeuroendocrinoinmunología con los cambios operados en sujetos enfermos que cifran su mejoría en sus creencias religiosas.

Diferentes estudios hoy se han vuelto al estudio de la glándula pineal como el órgano de las  visiones, dando explicaciones a visajes  y contactos con familiares, santos  y amigos muertos  que asumen muchos moribundos durante ese proceso.

Muchos son los testimonios de apariciones sanadoras o sesiones religiosas de sanación que cumplen su objetivo a nombre de estas convicciones de carácter religiosos.

Es evidente que en este texto solo podremos afirmar la existencia del debate y las pruebas aportadas en ambos sentidos para posicionarse y ello logra las constancias desde la concepción de que la fe opera como un don gratuito al que no podemos imponer por decreto.

Las creencias lógicamente responden a esa fe pero también y de manera especial a la cosmovisión de su depositario, a su formación, contexto, historia personal, entre otras.

En el mundo de la bioética este es un tema de suma importancia, porque a los problemas inciertos del mundo de la clínica y la moral llegan seres humanos enfermos con ese equipaje antes mencionado. De ello depende su actitud ante la enfermedad y ante la muerte.

Hace unas semanas una paciente con una enfermedad grave descubrió en el baño del hospital una imagen de Cristo crucificado en la superficie de un recipiente metálico. Aquello causó furor e hizo que les visitaran enfermos, médicos, enfermeras. Pocos vieron lo mismo que la afectada, uno vieron una mancha que produjo el agua, otros no vieron nada y otros se sumaron al efecto religioso.

En el escenario que nos movemos referidos a la importancia de los contextos en el mundo de la bioética es más que claro que conocer lo que la gente piensa y en lo que la gente cree o no cree es muy importante para su sanación. Más aun el debate sobre pasa el escenario de lo personal y ha encontrado un punto de discusión en el terreno intelectual para determinar qué papel deben jugar los creyentes más que las creencias.

Este debate a llegado lejos. Javier  Sádaba, filósofo español entra al escenario polarizando entre  razón (ciencia) y creencia-fe (religión), asumiendo que la segunda se opone a la primera. Para este autor las creencias, la fe, la religión como él les llama, en síntesis son propiedad del espacio privado de los individuos pero que insisten en inmiscuirse en lo público (estados religiosos).

Como vemos es una afirmación muy categórica y excluyente que reduce la existencia y la posibilidad de existir de este mundo religioso desde lo privado ya que a su entender «su influencia pervierte y deforma el orden social». La religión, para él, es un hecho irracional que al entrar en confrontación con la ciencia no hace más que disminuirse, ya que entiende que la ciencia da cada vez más respuesta a lo que la fe presuponía como propio de su campo por ser desconocido.

En este debate que ya lleva ratos discutiéndose se inscribe la bioética preguntando si ella está  llamada a ser secular o religiosa, relacionando a su vez el planteo anterior entre ciencia y religión.

Sádaba ve la religión como una actividad de prácticas y creencias sobre lo divino, pero su mayor conflicto es cuando se entre cruzan con la ciencia e intentan responder a los mismos hechos, como en el caso de la creación y la evolución, a su decir, y las considera como intromisiones en el campo de la ciencia y de la razón. Por eso considera al creyente como un menor de edad que ante las incertidumbres busca argumentaciones irracionales.

Estas razones radicales crea un nuevo campo de conflicto en la bioética a nuestro entender, pues aleja a la teología de las fuentes de fundamentaciones en una disciplina que se nutre de las argumentaciones de otros litorales incluyéndola.

Llegan  también con una postura secular pero de completa apertura, Habermas y Rawls mostrando un gran respeto por el hecho religioso y fundamentando la importancia del diálogo entre la ciencia, la ética y la religión. Los presupuestos para el diálogo residen, según su entender,  en reconocer que existen otras denominaciones de carácter religioso, reconocer la autoridad de la ciencia y la existencia de los Estados basados en una moral profana.

Ambos postularan por un dialogo inteligible y fecundo entre las partes que inicie en el reconocimiento respetuoso del hecho religioso para que pueda haber dialogo, sino sería imposible según su parecer.

Claro que condicionan a que no impongan sus verdades, que comprendan la pluralidad y la multiplicidad de propuestas religiosas existentes y avenirse tanto con la ciencia como con un estado profano por definición.

Estos requisitos sitúan a los actores en condiciones de reconocimiento de sus identidades y de respeto mutuo  para poder conversar. Claro que también presuponen  como valiosos los aportes de las visiones religiosas, siempre y cuando no se tornen en propuestas absolutas. Rawls de manera especial habla del «consenso entrecruzado» que debe surgir de la creación de esos espacios para el diálogo en busca de crear los mínimos que logren propuestas políticas que sean válidas para todos (mínimos) y religiosas para sus seguidores (máximos).

A diferencia de las radicales posiciones de Sádaba, Rawls plantea que estas creencias tienen que ser expresadas y defendidas en lo público ya que considera que en el sustrato religioso existe una «energía moral» que debe ser aprovechada.

En el Cristianismo ellos descubren valores como la igualdad y dignidad en el entendido de que el ser humano es “creado a imagen y semejanza de dios” y ello genera condiciones  que valorizan al ser humano, lo elevan y permite una propuesta razonable fundamentada en valores que asume el dialogo como instrumento.

Es un rico debate sobre la racionalidad de las propuestas científicas y éticas versus las religiosas, que llevadas al terreno de la bioética nos dirán de lo complejo que significaría pasar a discutir temas como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, desde una única perspectiva impuesta, ya sea la llamada racional de una ética propuesta o la visión religiosa y en especial de cada una de las denominaciones religiosas.

El caso de los testigos de Jehová es una muestra de cómo creencias religiosas sitúan a la clínica en  un grave conflicto de carácter moral y legal. Sus interpretaciones de  determinados textos bíblicos les dan fundamento para entender que su alma se pierde de la vida eterna si entra sangre en su sistema sanguíneo. Esta es una racionalización que solo ocurre en esta denominación religiosa. Imaginemos por un momento un Estado religioso con esta fundamentación.

En  virtud de sus creencias, máximos, ellos asumen de manera autónoma su concepto del bien, que es religioso, sin imponerlo a todos y dialogando con todos. Exigiendo respeto a sus máximos sin aspirar a que sean mínimos exigibles pro vía  coactiva porque de hacerlo sería opresión. La forma de gestionar la diversidad tiene que ser partiendo del respeto a la misma.

En la Universidad de Toronto han publicado una investigación hecha por el profesor Michael Inzlicht entre creyente y no creyentes, una prueba de control cognoscitivo y demuestran que los primeros bloquean  la ansiedad  y reducen al mínimo las tensiones, pueden ser  creyentes practicantes o basta solo con tener la creencia en Dios, «Encontramos que la gente religiosa o aún la gente que creen simplemente en la existencia de la demostración de dios, tienen perceptiblemente menos actividad de cerebro en lo referente a sus propios errores.» (2)

Esto significa que el impacto de las creencias de un individuo no solo le llevan a actuar de una manera determinada sino a modificar dichas actuaciones a nivel cerebral  para que actúen de esa manera.

No nos oponemos a sus creencias, nos cuestionamos solo si esta fuera la opción impuesta para todos, pero lo mismo podría decir de otras que se impusieran como criterio absoluto de verdad. Adquieren mayor valor a mi entender los postulados de Rawls y Habermas abriendo el diálogo confesional con la ética secular para, respetando el mundo axiológico, complacer lo que es posible.

La realidad de la práctica clínica es que los pacientes religiosos o ateos no conocen de Habermas, de Rawls ni de Sádaba, conocen de sus síntomas, de sus dolencias y de sus creencias. A partir de ahí interpretan y se afilian o no a las distintas denominaciones religiosas, a partir de ahí establecen una relación fiduciaria con su Dios al que piden y responde, del que solicitan e interpretan como milagros las respuestas orgánicas deseadas.

Lo importante en la  clínica es entender a ese ser humano de a pies que tiene como carta de presentación un cuadro clínico inserto en un mundo de valores que son sus creencias. Los aportes de los teóricos nos dan para contextualizar los temas referentes al respeto de los valores individuales, que pueden no coincidir con los del personal de salud que les está atendiendo.

El  clínico y su equipo no están exentos del mundo de valores y creencias a pesar de estar representando el lado científico de este polo. Pudiera ser el médico el que es Testigo de Jehová y tampoco podrá imponer sus creencias, lo más que podrá hacer es no participar de una transfusión por objeción de conciencia pero no imponer que no se le ponga la sangre  al paciente que así lo requiere.

Existe una semiología de los valores, que nos aconseja a respetar las creencias de los demás.

Aquí se aplicaría lo propuesto por Rawls: Promover todas las visiones pero solo aplicarlas en sus adeptos.  De ahí que los Testigos de Jehová han llegado a tener sus hospitales, su canasta terapéutica, sus médicos y personal de salud y sus programas quirúrgicos como los denominados «cirugía sin sangre»

Otra aplicación de Rawls es crear espacios comunes donde no se enfrenten las posiciones dogmáticas o de creencias y es evidente que ello no es propicio en el terreno de la consulta o de la emergencia médica.

Saber que esa visión coincide o no con las mías me recuerda a Habermas cuando pide que reconozcamos la existencia de más denominaciones y entender que no aceptaría que esa que estoy tratando se universalice,  me ayuda a entender que tampoco puedo imponer la mía.

Ambos nos introducen a las éticas dialógicas aceptando la racionalidad de las posturas religiosas y su diferencias sobre sus visiones comprehensivas del bien, aceptando su existencia e impidiendo la tentación de querer imponerla como norma. Lo mismo vale para las posiciones laicas, pues caerían en el mismo error que critican.

No apoyará las propuestas de Sádaba en el sentido de relegar las argumentaciones religiosas a sus ámbitos privados sino que sugeriría más bien el ejercicio dialogante basado en el reconocimiento y el respeto a las  distintas argumentaciones.

Las creencias religiosas y el mundo de la clínica.

Como hemos visto esta es una realidad de doble vía, las creencias pueden estar en el mundo de los pacientes, en el del personal de salud o en ambos a la vez, pueden ser creencias antagónicas o encuentros entre incrédulos. Todas las ecuaciones son posibles de escribir y son las que a diario se presentan en la realidad médico-paciente.

Las universidades insistieron en su afán cientificista de querer abstraer el dato clínico del mundo de los valores y evidentemente esto no fue posible y hemos tenido que al reconocerlo, estudiarlo.

Los Testigos no quieren sangre, las católicas quieren métodos naturales de planificación y no los artificiales, muchos creyentes hacen oposición  a la idea de donación de órganos pensando en la resurrección de la carne y la lista sería interminable y al final resume comportamientos  en función de creencias.

Ello implica la importancia de educar en el sentido bioético que permita vincular la relación existente entre hechos, actitudes y valores.  Conocer como el mundo axiológico de cada persona es capaz de expresar su posición frente a la vida, la enfermedad y la muerte.

El Sida fue sancionado como castigo del sexo inadecuado y eso no ocurrió en la antigüedad sino hace dos décadas y aun persiste en algunos sectores, Una visión que nos recuerda las consecuencias del Juramento Hipocrático cuando pide que «de lo contrario se nos tome en cuenta» para referirse al no haber hecho un buen cumplimiento de lo que entiende que era su deber.

Aquí reside parte de la importancia de los comités de bioética con su equipo multidisciplinario, con su representante religioso, nos induce a la pluralidad, a la tolerancia, al respeto a la diversidad y a la búsqueda del diálogo a partir de la argumentación.

Nos propone los modelos deliberativos para ensancharnos los márgenes del dilematismo decisionista, nos abre al mundo de la comunicación dialógica.

 Al debate de si la bioética debe ser confesional o laica me acojo a lo que viví en una conferencia en República Dominicana de uno de los grandes de la bioética, el Padre Javier Gafo (Fallecido) a quien se le hizo esa misma pregunta y respondió:

La Bioética es secular……..el cura soy yo.


Foto por travelling slacker / Attribution License

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Publicar comentario