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Sexo, sexualidad, feminicidio, muerte, propiedad del cuerpo . Me aterra el reduccionismo en la explicación e interpretación de las muertes de las adolescentes, sobre las violaciones, la participación de familiares cercanos en ambos casos.

Me asusta cuando oigo decir que si el código penal se hubiera aceptado con las causales propuestas por el presidente la joven de Cenovi no hubiera muerto, la que fue asesinada y quemada o la que fue enterrada en su propia casa no hubieran tenido ese trágico desenlace.

Es como si en la calle anduvieran seres perversos y víctimas potenciales que bastaría con mantenerlos alejados con acción expresa de una fiscalía, con un código que despenalice determinados tipos de aborto según la causa o la forma en que se produjo el embarazo.

Veo  ingenuidad al tratar el tema del embarazo en la adolescencia como epidemia, como si tuviéramos que volver a los años 60 en que había escuelas de hembras y varones, para no juntarlos, porque así se evitaban las prácticas sexuales y al final ellos se juntaban y se relacionaban al salir de la escuela.

Se abordan los feminicidios con una excelencia estadística para describirlos, pero con una orfandad increíble de argumentos para entender su génesis. No solo se mata a mujeres, vimos el caso del sacerdote que mato a un joven que era su pareja.

Estos abordajes positivistas de las realidades humanas prevalecientes solo encuentran eco en fanatismos religiosos que dividen a las partes entre los puros y los impuros, los pro vida y los pro elección, los violadores y las violadas.

En otras situaciones se apela a otra causa matriz en la ausencia histórica de una educación sexual y los que se dedican a debatirla intentan imponer cada cual desde su fundamentalismo. Unos llevándolo a explicaciones axiológicas Platónicas de valores preexistentes representados por visiones religiosas restrictivas, con visiones estoicas que condenan la vida sexual o en el margen extremo la aceptan como mal necesario, visiones que no manejan a los depositarios sino sus consecuencias.

Muchos de sus opuestos visualizan la solución en cursos y entrenamientos relacionados con el conocimiento de prácticas sexuales seguras, los otros la condenan aduciendo que ello promueve la vida sexual a destiempo y en situaciones riesgosas.

La educación sexual es más que eso y paradójicamente tiene que ver con todos los casos que hemos citado. Puede llamarse de otra manera, pero de todos modos exige que se lancen propuestas para la discusión y así abordar la realidad cursante y las garantías de las generaciones futuras, la de nuestros nietos.

En una ocasión reciente estuve cerca de los forjadores de políticas de educación sexual y propuse que abordáramos un proceso educativo que partiera desde los primeros niveles con el cuerpo, su percepción, su propiedad y su gestión. La respuesta fue negativa no porque estos actores estuvieran opuestos sino porque reconocían que la corriente predominante y además llamados a aprobar lo rechazarían bajo sus argumentos.

 

De nuevo se reduce la educación de la sexualidad a la educación del sexo.

Creo que gran parte de la responsabilidad de las situaciones antes planteada no residen en si mismo, los adolescentes siempre tuvieron impulso sexual y hormonas y no se embarazaban como ahora, la violencia intrafamiliar no existía como ahora, los feminicidios no eran epidémicos, el aborto no era tema, aunque existiera.

Pienso que hay una piedra angular para el debate y es la propiedad del cuerpo y la necesidad de educar en ese sentido. Hoy está prevaleciendo un modelo en que el hombre, generalmente, se siente dueño de su cuerpo, del de sus parejas y de los que se le antoje tener.

Las amarra con dinero, paga cosas, brinda cosas, provee y si no se impone por la fuerza.

Ha habido varias teorías para explicar quién es el dueño del cuerpo, la que más soporte ha tenido es la de pensar que es dios el dueño. Esta visión teonoma prevalece más en las personas de edad que vienen de una tradición religiosa, pero cada vez menos en la juventud que es una etapa de energía y voluntad.

En los mayores prevalece en esta visión lo que llamaban “el temor de dios”. H. Jonas lo explica desde la heurística del temor. Era un muro de contención.

Las visiones heterónomas encuentran cabida en el pensamiento que intenta resolverlo por vía jurídica y normativa, las tres causales o la legalización del aborto o la educación sexual obligatoria para explicar fisiología y axiología en una rara mescolanza.

El cuerpo se gestiona desde afuera, es heterónoma, la ley moral viene de fuera. Ahí entra el ministerio público, sus fiscalías. O es de escaso limite preventivo o es de una intervención activa pero pos morten.

La visión autónoma, se da así mismo las leyes. El “auto” soy yo mismo y el “nomos” es la ley, yo mismo me doy la ley sobre mi cuerpo, porque soy el dueño y si esto no ha sido trabajado de manera adecuada dentro del contexto social en que se vive, se hace una extensión de propiedad sobre todo lo que impone la persona de más poder en una relación asimétrica.

Es muy sencillo decir que el debate es sobre educación sexual y seria hasta peligroso aproximarnos desde la visión clásica de esta disciplina.

Sugiero un foro para buscar nuevas líneas para el debate que será lo que determinara el marco conceptual sobre el que debe desarrollarse las políticas de educación sexual.

1 comentario

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