Ética Públicaética de la administración pública

Para abordar este tema y demostrar que existe una ética de la administración  pública  que es la misma ética general, nos apoyaremos en unas líneas de análisis que antes han sido abordadas al tratar la relación de ética y política, las cuales son ubicarlas en la pregunta de si es “en” o “de” la administración pública?

Con frecuencia hablamos de la ética EN… los negocios, la medicina, la política, la empresa etc. como si fueran espacios tan propios que aparentan ser privados.

Al respecto dice Leonardo Boff que ahí reside el riesgo de que la ética sea privatizada. Decir que hay una ética en la administración pública equivale a decir que es algo nuevo, propio y especial.

La ética es siempre la misma, cambia el escenario de aplicación y los modelos de interpretación.

Partir de una “ética en” es como decir que hay que incluir una ética, acomodar una ética en la administración pública cuando en realidad esta tiene sus definiciones en su interior, tiene su “de”.

El llamado es a debatir sobre “La ética “de” la administración pública. Partir del primer postulado limita a pensar en servidores probos, de larga data, que son iconos éticos en la administración pública, diseñados por sus virtudes personales, que sin dudas los hay, pero que de inmediato promueven una imagen de exclusión validos solo para estos reconocidos virtuosos.

Ellos mismos son en si la representación de la ética en ese sector, pero lamentablemente aceptarlo como la norma de la definición lo reduce a ellos y casi niegan la posibilidad de que esa ética sea institucional, por tanto su permanencia depende de su presencia.

Ellos y ellas son la ética en la administración pública. La presencia de una ética en el servicio público transfiere las cualidades personales de estos servidores intachables, los denodados esfuerzos que en la historia institucional han jugado y que se desarrollaron gracias a sus virtudes y convertimos lo que debía ser una obligación en una invitación a imitarles, a reconocer con justeza que son modelos validos, pero seguimos dejando huérfanos de ética a la instancia a las que estamos haciendo referencia.

Intentamos transformar una ética de máximos en ética de mínimos y es imposible, me explico: proyectamos que todos debemos ser como ellos para que la institución camine y cuando ellos no estén o desaparezcan o sean sustituidos, no existirán caminos viables para una ética pública.

Recordemos que las éticas de máximos acogen las propuestas de vida buena, las opciones de vida que en el nivel privado estos meritísimos han optado, muchos casi hasta el martirio, pero por convicciones de índole personal. Las éticas de mínimos no son de obligación privada y voluntaria, son de obligación y con exigencia coactiva con el principio de justicia como norma.
Hacer que seamos como ellos no puede obligarse por decreto porque no es público sino privado, exigir que actuemos de manera ética apegándonos moralmente al contenido de la norma es de justicia. A esto debemos apostar.

Si trabajamos afanosamente en levantar una ética “en” y no “de” la administración pública, podremos mantener la bandera mientras este su depositario pero podríamos descubrir la labilidad ética de la institución.

De los administradores y de los políticos dice Diego Gracia se espera que seamos “decentes y prudentes” y yo agrego que lo mismo esperamos de las instituciones públicas, para que sean éticas.

La decencia y la prudencia tienen nombres y medios para lograrlos y el mismo mundo griego nos dio de referencia “el telos”, los fines, las cosas tienen fines y si trabajamos por su consecución habremos logrado el objetivo, sino desviamos los habremos dañado, pervertido, corrompido.

La decencia es lo opuesto a la perversión, a la corrupción y la prudencia el arte de actuar decentemente, en este caso, en la administración de los bienes públicos dirigidos a la consecución del bien común. No del bien individual sino del colectivo, Eso es administrar, manejar con criterio público lo que es público. Lo ético reside en la decencia del cumplimiento. Lo contrario es la corrupción.

“Cuando se usan por cualquier medio los bienes o los poderes públicos para conseguir ilegalmente beneficios privados, estamos frente a la corrupción, que al decir de Gregorio Magno “La corrupción de lo mejor da como resultado lo peor”.

Esa es una queja constante “era una persona buena, no sé que le paso…” es el riesgo de la ética en .…. depende de la persona. Hoy la ética pública, se convierte en espíritu de la norma. Si existen institucionalidad, organización, capacidad y controles podemos decir que están sentadas las bases para una ética de y de ser instrumentalizada en los procedimientos es difícil que algunos la perviertan y los que lo logran hacer quedan evidenciados como en efecto hoy les sucede a muchos que han pasado por la administración de la cosa pública, que aunque haya pasado mucho o poco tiempo la gente los recuerda como tal.

Cuando las reglas del juego están escritas y los controles no permiten salirse de la norma y por demás se tiene gerentes honestos y una selección de personal profesional tenemos garantías de estar en presencia de una ética pública vigente. La institucionalidad y la profesionalización son dos elementos claves en la ética de la administración pública. Exige que cada día todos los servidores, sin importar el rango, hagan coincidir el “acto”, su quehacer, su trabajo diario en un hecho apegado a lo correcto, actúe correctamente, pero si la norma esta desviada, si la norma es actuar incorrectamente, la institución actuara de igual formal,

La perversión de lo bueno o por el contrario la repetición de lo bueno, a la larga llegan a convertirse en “hábitos”, en costumbres y estos a su vez en cultura. De ahí la importancia de generar actos correctos, institucionales, organizados, matizados por el espíritu de la norma con lo que se lograra llevar a la población la recuperación de la confianza que es un valor fundamental en la vida de las personas.

Mientras la gente menos cree en las instituciones, debido a sus incorrecciones tiene menos confianza, cuando hay una mejor percepción de sus acciones adquiere más confianza. Como vemos los valores no son cualidades abstractas sino que necesitan un depositario que en este caso es la corrección del acto, el buen accionar de la institución apegado a su “telos”.

La pregunta: Es posible tener una administración pública que sea ética? Y crear una cultura ética “en”?

El propio Profesor Gracia nos abre una puerta interesante que a su vez da nuevos sentidos a los diques morales (como las comisiones de ética, los códigos, etc) con que nos enfrentamos a todas las situaciones negativas y corruptas que puedan existir.

Gracia plantea que si conocemos el mecanismo mediante el cual opera la corrupción podemos revertir la situación recorriendo el camino inverso .Afirma que si una costumbre corrupta es un vicio o una deformación del bien hacer que nos aleja del telos, hay que responder estableciendo estrategias formales que garanticen que los “actos”, el quehacer diario de las dependencias públicas estén apegados a la corrección de la norma y que estos sean reconocidos, premiados, publicitados (como lo hacen los premios al merito del Ministerio de Administración Pública) pero en un Sistema de Integridad, agregamos nosotros, que muchas gentes critican en cuanto dicen que premiamos a la gente por hacer lo que le toca y por lo que se le paga.

Un sistema de Integridad que premie lo correcto, la dedicación, la instrumentalización de valores en la construcción de los actos y castigue las inconductas, la violación de la norma y las buenas costumbres, que desdiga de los valores prometidos a cumplir mediante códigos, tiene una implicación ética de pretender generar una conciencia de que estos actos reconocidos se repliquen, se conviertan en hábitos para generar una costumbre, una cultura de lo bien hecho y a la vez una conciencia del castigo de lo mal hecho.

El peligro de la ética en la administración pública es la impunidad, la cual criticamos a nivel macro pero que debemos practicarla en el nivel micro también. Es sabido que actos repetidos generan hábitos, estos repetidos forman una costumbre y una cultura. Si es de actos buenos podremos hablar de que estamos construyendo una cultura ética “de” la administración pública.


Foto por Daniel Lobo / Attribution License

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